Saturday, July 22, 2006

El agente que conspiró en México



Jacinto Rodríguez Munguía
y Alejandro Almazán

No le agradan las fotos. Mucho menos sentir esa máquina disparándole en el rostro. Y aún así, su cara terminará grabada en 192 imágenes en película de 35 milímetros. De lo que sí tiene ganas es de hablar. La conversación comienza a las 2 de la tarde con 15 minutos y terminará tres horas después.
Es un adicto al café, también a lo que siempre fue suyo: la conspiración. Y con todo lo que viene a contar, ya trae colgados varios adjetivos; uno de ellos es el de traidor.

Un día cualquiera de noviembre de 1990. La cinta de la cámara comienza a correr. Está grabando todo. Una pareja cruza la reja de gruesos barrotes de Masaryk 554, en Polanco. Él, unos 35 años; ella, sin duda menor. Alguien desde un cuarto oculto cierra la lente, el zoom se centra ahora en esa mujer de piel fina y modales dulces que se acerca al mostrador y pregunta cualquier
cosa. El ojo de la cámara se mueve ahora hacia la derecha, donde el hombre, con barba de varios días, se sienta en un negro sillón y juega con algo entre los dedos. Y en un instante lo deposita en la maceta que está a su lado derecho.
La cámara lo ha grabado todo, especialmente ese momento en que ha caído el casquillo de la pluma sobre la tierra de la maceta. El primer paso para el contacto está hecho. La mujer da las gracias, toma un folleto. Ya la espera su compañero, la toma del brazo y salen de la embajada cubana.

Apenas han salido cuando un oficial de información se acerca a recuperar el objeto y lo lleva de inmediato al embajador y jefe del Centro de Inteligencia cubano, Pedro Aníbal Riera Escalante. Sólo él sabrá cuál es el mensaje que le han dejado en un diminuto papel: "Actívese el contacto".

Ya en la calle, él, Jorge Masetti, le comenta a ella, Ileana de la Guardia, que por el momento no hay otra opción para contener la vigilancia del aparato cubano. "Teníamos que hacer contacto para que no se pusieran saltones".

De todos modos no se habrían de quitar de encima al aparato cubano de inteligencia. Claro que lo sabía Masetti, quien siete años atrás (1983) había vivido en las entrañas de este delirante panóptico, desde donde había activado infinidad de operaciones en apoyo a los grupos guerrilleros de América Latina.

Lo sabía y se lo habían dicho a su salida de Cuba, colgando como parte del equipaje la imagen de su suegro, Antonio de la Guardia, y su maestro, Arnoldo Ochoa, fusilados, acusados de vínculos con el narcotráfico.

Se lo habían dicho: "Si la CIA en México intenta contactarte, busca al jefe del Centro, Riera Escalante..."

La CIA no lo contactaría, pero el mensaje del casquillo tendría respuesta inmediata. Riera le cuelga un agente personal a través de Pedro Catela. Presto, Catela se encarga de conseguirle a Masetti y compañía un departamento en la colonia Del Valle, un coche con placas diplomáticas, y de proveerlos mensualmente de una cantidad "suficiente para vivir dos personas como cualquier pequeño burgués".

Pedro Catela no es cualquier agente. Lo había conocido en Punto Cero, ese lugar donde se han preparado los futuros guerrilleros, desde donde salían listos para encabezar las guerrillas latinoamericanas.

Ahora Catela está en México y además de trabajar para el Centro de Inteligencia cubano, tiene un puesto en la Secretaría de Gobernación, de la que entonces era titular Fernando Gutiérrez Barrios. Con Catela está otro agente cubano de nombre Montedónico, con quien Masetti ha tenido contacto en aquellos primeros años de los ochenta. Quizá por eso nunca tendría problemas con su estancia en 1990, cuando ya se había convertido en un problema para el gobierno cubano.

Masetti e Ileana sabían demasiado como para dejar dormir tranquilos a los funcionarios cubanos. Además, todavía venían salpicando rabia. Por eso Catela habría de insistir en que aceptaran desayunar con Riera. Rehuirían siempre el encuentro, sabían que serían filmados y que ese material lo utilizaría el gobierno cubano contra ellos cuando se decidieran a decir su verdad.

Terminaron por largarse de México.

Respecto a las actividades de espionaje de Pedro Riera, Lázaro Matías, secretario de Prensa de la embajada cubana en México, dijo que sobre ese tema "no hay nada más qué decir. Todo lo que necesite el caso lo ha dicho ya la
Secretaría de Gobernación de México. No tenemos más comentarios".

-Tenemos información de que, a través de la embajada, sí se realiza espionaje -se le dice.

-Bueno, si lo publican es responsabilidad de ustedes.

¿Quién es Jorge Masetti? Ese hombre que ha regresado a México a contar su verdad.

Jorge: el hijo de Ricardo Masetti, un periodista argentino que llegó a buscar la noticia a Sierra Maestra y encontró a Castro y al Che Guevara. Sus amigos. Fundó la agencia Prensa Latina con García Márquez. Murió en Argentina, comandando la guerrilla.

Jorge: el que pega en postes propaganda peronista; el que es adiestrado en Cuba por órdenes de Manuel Piñeiro, Barbarroja, otro mítico líder revolucionario; el que viaja a Europa para reclutar guerrilleros.

Jorge: el que ayuda a los sandinistas; el que se vincula con el MIR chileno; el que provee de planes y armas a los guatemaltecos y salvadoreños; el que comercializa marfil desde África para generar divisas a Cuba; el que traza secuestros y robos bancarios.

Jorge: el que mira cómo ametrallan a sus amigos en el paredón; el que saldrá huyendo de La Habana; el que Gramma, periódico oficial cubano, llamará traidor.
Y todo por la Revolución Cubana. Todo.

Y Jorge Masetti, el que vagó por México. De 1980 a 1983, por vez primera.

Espionaje.

A Fernando Comas, alias Alejandro en Cuba y Nicaragua, jefe del Centro en la embajada cubana en México, le ha llegado un mensaje urgente: guerrilleros de las FAR guatemaltecas ya no cuentan con la seguridad en el DF para almacenar explosivos plásticos.

Comas ya le tiene uso a ese cargamento: será para la guerrilla salvadoreña. Masetti, hombre a sus órdenes, es el encargado, al menos, de recogerlo.

Masetti deja estacionado su auto, el único que no tiene matrícula diplomática, en un punto acordado de antemano. Las llaves también saben los guatemaltecos dónde encontrarlas. Hecho. Ahora sólo falta llevarlos a la embajada, en Polanco. Pero Jorge, pensando que son explosivos plásticos, que no estallan si no son detonados con otros más potentes, se olvida de las
medidas de seguridad. Y se va a recorrer media ciudad de México.

Varias horas después llegará a la embajada cubana. Le abren la enorme reja.
Lleva el auto hasta el sótano. Sube de inmediato con Comas a rendirle cuentas.

-¿Y se ve algo? -pregunta Comas.

-Sí, algunas cajas en el asiento trasero.

-Súbanlas.

Mientras asciende los escalones, las manos de Masetti se humedecen. El cartón de las cajas está mojado. Abren algunas en las oficinas de Comas. No son explosivos plásticos. Es nitroglicerina. Doce cajas. Una parte de ella ya cristalizada. Es decir, un mínimo roce a la carga, y estalla la embajada y media manzana de Polanco.

-¿Y luego, Jorge? -se le pregunta.

-Después del enojo razonado de Alejandro y de pensar qué le íbamos a hacer a las putas cajas, le encontramos la broma para relajarnos. Alejandro se preguntó: ¿Cómo sería el discurso de Fidel si aquello explotara en la embajada? Coincidimos en que tendría un buen argumento contra la CIA.

Ya terminan los ochenta. Masetti platica con otro agente cubano. Las historias que cuentan son tantas como las cucharadas que vacían al café que tienen sobre la mesa. Una de ellas relaciona a México.

Publicado en Octubre del 2000 en Milenio

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