Sunday, July 16, 2006

Voces desde el purgatorio


El sida en Santa Martha


Son 36 los seropositivos. Cada uno vive su propio averno. Porque irreversible es todo en prisión.
El sida en la penitenciaría del D.F: historias espeluznantes de realidades que a los de afuera nos parecen increíbles...
Alejandro Almazán

I
--¡Compréndalo...!
Resonante exige:
--Aquí tenemos doble sentencia. Y cualquiera de las dos te desangra el alma, te convierte en culpable... te mata.
Alejandro:
No muy alto, larga cicatriz que empieza en el pómulo izquierdo y se desvanece en la quijada; cabello intensamente negro.
Cara redonda. Limpia sonrisa, aunque ocasional.
Ingenuo, serio y temeroso. Pero en cada faceta la triste, muy triste mirada.
--Para ellos, diario es un sobrevivir. No tienen ninguna ayuda. La gente piensa: "Son presos, ellos se lo buscaron". Creen que los tratamientos son sólo para la gente decente...
Isabel:
Piel tostada, enormes ojos negros y desafiantes; cabelllera corta y largas patillas. Viste un conjunto café que resaltan esos pintados labios rojos. Esposa de Alejandro. No contagiada.

La gente aquí, en la penitenciaría de Santa Martha, se mueve: hay varias mesas atendidas por celadoras. Y charlan, discuten, firman, entregan boletas...
Habrá un caminar en un plano como de seis metros. Hasta este momento todavía es la calle, la libertad. Libertad que se pierde cuando...
Se abre una gris reja de metal y... ya: caras salvajes, despiadadas, con vestigios callejeros. Rostros de casi dos mil 400 reos que están aquí. Muchos sin fe ni moral. Pocos con esperanzas. Pero todos con una condena que cumplir.
Los pasos llevan, a través del kilómetro --donde los reos sanos deambulan--, hasta unas enormes paredes que se parten de una orilla para alojar una reja más, la última: es el módulo 8, el de los seropositivos. Hay un jardín, una fuente redonda, árboles que llegan hasta la cornisa de la torre de vigilancia, bancas de pulcro fierro pegadas a las paredes, muchos arriates y el pasto es verde.
Este sitio, con 54 dormitorios, tiene la apariencia de una casa de departamentos. Dormitorios que alojan a 36 portadores del VIH; el resto, hombres de la tercera edad.
Dos custodios y Rubén Ruiz Reyes, secretario particular del director del penal Raúl Gutiérrez Serrano, acompañan al reportero.
--¿Peligroso, no, Rubén?
--No mucho. Unos están conscientes de su enfermedad, pero a otros les vale madre...

II

Octubre 11, 1991:
Hoy, a las 10 horas, la camioneta en la que viajo con agentes de la Procuraduría General de Justicia entra por la puerta principal de la Penitenciaría
de Santa Martha. Estuve en el Reclusorio Oriente y ya me mandaron para acá: confesé ser VIH desde hace un par de meses.
Me acusan de violar a mi sobrina, de escasos, creo, cuatro años.
La condena: 15 años.
Los hermanos de Isabel, mi esposa, me tendieron una trampa: supieron que yo era seropositivo y quieren una indemnización de muchos miles de pesos, que no tengo, y compraron a un médico que reafirmó la violación, pero, dijo, la niña no está contagiada. Isabel y su madre lo saben: soy inocente. Por eso firmaron unos papeles en blanco para que me dejaran de golpear en los separos. Me reventaron con los puños el pómulo izquierdo.
Soy llevado al hospital del penal, dependiente de la dirección general de Salud. Aquí tienen a los VIH. Hay un silencio sepulcral; en las nueve salas hay como unos 50 enfermos e igual número de camas. Las camas tienen una tablita con una hoja de papel que cuelga de las cabeceras, donde se señala el nombre del preso, fecha de ingreso y qué esperanza tiene de vida.
Aterrador...
Hay quienes, con piel adherida al hueso, ya no ven, no oyen, no comen... Ya los dan por muertos.
--¡Imáginate!, eso nos va a pasar. Vete acostumbrando...--, me dice un regordete hombre que dice llamarse Evodio.
Y advierte:
--Sólo tenemos visita una vez a la semana. Casi no hay medicinas; se acaban y te dan madre y media. La comida, con mucho picante --malo para los portadores, por la irritación--. ¿Y visita conyugal?... ¡Ni soñarlo!
Enero, 1992:
Han pasado dos apelaciones y defenderme no pude: me prohíben salir del penal. Dicen que para qué, que tengo sida. El director de la penitenciaría, Chirino Castillo, me aconsejó:
--Ya no le busques, Alejandro, estás enfermo. Mejor que te cuiden aquí.
Aquí, aquí, en la antesala del purgatorio, donde cada día está peor:
En este momento entran cuatro celadores a toda carrera. Traen una camilla para ver si pueden salvar la vida del Teacher, maestro albañil procesado por robo. Como pueden lo echan en ella para llevarlo a un hospital de afuera. El Teacher ya iba muerto, nada se podía hacer.
Eso no fue todo: tuvimos que taponearlo. Y se quedó allá afuera del hospital para que la población le pudiera gritar y pegar. Hasta los dos días llegó el Ministerio Público.
La mayor parte de los VIH son de la ciudad. No hay campesinos ni agricultores. Son individuos de diferentes niveles sociales. En la sala toda del hospital no hay, a excepción de los médicos, ningún profesionista.
Muchos de los seropositivos, aunque bajan aún más sus deterioradas defensas de linfocitos T, son adictos a las pastillas tóxicas, fumar mariguana, inyectarse heroína o suministrarse cocaína.
Pero, ¿cómo les llenan su tiempo?
Aquí he visto que todos se preocupan por los demás, el VIH por el VIH. No importa que sean travestis, homosexuales, bisexuales o heterosexuales; el uno está al pendiente de la salud del otro. Si la visita trae comida se le invita al compañero, si traen Retrovir (escaso en la penitenciaría) --el famoso AZT que ayuda a fortalecer las defensas; cuyo frasco tiene un costo afuera de 700 nuevos pesos con 100 cápsulas de 100 miligramos cada una; la dosis más baja que se recomienda es de cuatro pastillas al día-- se le convidan al otro.
Agosto, 1992:
Las noticias confortables no son: la madre de Isabel ha muerto de cáncer. Me cuenta que en el velorio dos de sus hermanos dijeron estar arrepentidos de lo que me hicieron. Es tarde: la condena, irrevocable. Y para colmo mi abogado defensor, Domingo Angel Olvera, perdió el expediente y se niega a seguir con el caso.
Aquí todos están locos, pero como yo, tienen ganas de vivir. Hemos pedido un lugar más digno.
Enero 13, 1993:
Hoy inauguraron el módulo 8 como dormitorios para los VIH. Somos 42. Unos han muerto, otros salieron libres. Resido en el dormitorio 23. A mi lado vive --¿o muere?--Manuel.
Manuel: sicótico. A todos les mienta la madre y en las noches sale a gritar: "A estos criminales hay que tratarlos como se merecen, bola de perros malditos, ahora verán...". Y hay que cerrar bien las puertas porque nos puede lastimar. De día no sale, 50 años le echaron por homicida.
Junio, 1993:
Ya podemos caminar a donde sea y nos visitan nuestros familiares cuatro veces por semana. Pero los padres del Garnul --homosexual-- se llevaron una decepción: ya no aguantó más y murió. Y todavía en la boleta de salida le pusieron: libre.
Abril 20, 1995:
Las cosas están empeorando.
Ayer, a las 22 horas, Mario, que ya no comía, se le dificultaba hablar, lo deshidrataban las diarreas, que estaba enojado, que ya no se bañaba ni aseaba su cuarto, vistió el módulo de luto. Sus familiares no lo pudieron enterrar como se merece: dinero no tienen para el pasaje de Oaxaca --de donde son-- al D.F. Lo mandaron a una fosa común.
Y Manuel se trató de suicidar.
También afuera las cosas están empeorando: leo que desde 1983 hasta hoy se han registrado en nuestro país 21 mil 436 casos de sida, de los cuales permanecen vivos sólo el 39 por ciento de los enfermos. Pero estiman en Conasida, que por el retraso en la notificación, hay 38 mil 895 casos acumulados.
Han transcurrido los días y con fe firme es como se vive. Aquí los únicos amigos, pueden notarlo, son los seropositivos y los rayos del sol que entran hasta el pasillo. ¡Ah! y gatos y ratas, que también están presos...

III

Evodio: bajito, regordete, cabello lacio. Siempre con un guante negro en la mano derecha: a todos gana en el frontón. Lo acusaron por daños a la salud. Se contagió en el Reclusorio Norte por inyectarse. Tiene 22 años. Su carga vidal ha bajado: siente mucho cansancio. Habla y habla largos monólogos. Dice que no tiene miedo a morir. Pero está muy cansado. Y los médicos no hacen nada...
Y sucedió:
Evodio dejó de existir. Murió por falta de medicinas.

IV

--¿Terroristas? Sí, manito, sí los hay.
Es una voz de mujer la que sacude el patio todo y deja atrás al bullicio. Una mujer en un hombre moreno, labios de carmín, ojos juguetones, grandes, muy grandes; en unas delgadas manos, en un tórax con senos artificiales y en un rostro ya con tres cirujías plásticas.
Se llama David Tejada pero, desde que él tenía 10 años, lo conocen como Janet.
1: "Se llaman Patsi y Miroslava. Todas las noches están en el cruce de Insurgentes y Nuevo León, prostituyéndose. Tienen el rostro de Erika Buenfil. Estuvieron aquí en la penitenciaría dos meses. Se ven tan felices... Y no. Tienen VIH. Y lo andan regando. Eso es no tener madre..."
2: "Aquel, que ves allá --y su dedo índice lo dirige a un chico, no mayor de 25 años, que trae un trapeador en la mano y casi no mueve su pierna izquierda; está hinchada-- es Armando. Ese muchacho estaba en el Reclusorio Sur. Allá tuvo una riña con otro preso. Juraron matarse mutuamente. ¿Y sabes qué hizo el otro?... Un día pidió a un amigo suyo, con VIH, libre, que le corriera una aguja infectada. Quién sabe cómo la consiguió.... Y ¡qué horror!, se la clavó a Armando en la rodilla. Ahí la trae, por eso tiene esa pata de elefante. (Armando no querrá hablar con el reportero).
3: "Aquí en Santa Martha la población no tiene conciencia de que el sida te mata. A la mayoría de nosotros nos han pedido que les pasemos un poquito de sangre para que se infecten. El por qué, sencillo y demente: quieren tener nuestras comodidades. Preferiría estar en una celda común a estar contagiada. Y hay otros más despiadados: nos dan un cuchillo o una jeringa para curárselos... ¿Sabes qué significa eso? Pues que los quieren para hacerle daño a otros; encajárselos, pues.
--¿Terroristas?, los hay. Y muchos...
Janet: violado a los seis años por un tío militar. Desde los 10 dedicado a la prostitución. Contagiado, cree, por agujas. Acusado de robar 240 mil nuevos pesos. Un año y dos meses de sentencia.
Janet: "En prisión nadie está seguro. Estaba aquí otra, la Norma --salió bajo fianza--. Me hizo la vida de cuadritos. Y un día, no sé, por envidias de que a mí me seguían más los presos que a ella, empezó a ahorcarme. Si no fuera por Ismael...

V

Ismael:
Amante de Janet y compañero de causa. Bajo de estatura, playera azul rey desacomodada, jeans pegados a sus piernas que muestran una figura robusta. Lampiño, apenas y tiene unos cuantos pelos de bigote; manos fuertes con cicatrices en los nudillos.
Ismael desconoce cómo se contagió.
Pero eso no es lo peor.
Ignora que el sida es una deficiencia en el sistema inmunológico causada por el VIH, que disminuye la capacidad de las personas para resistir ciertos tipos de infecciones.
No sabe que en 1983 el virus llega a nuestro país. Que no respeta edades ni sexos. Que sus reservas se miden mediante un CD, --conteo de linfocitos--. Que si está abajo de 500 hay que tomar Retrovir --el tratamiento anual cuesta aproximadamente 33 mil nuevos pesos--.
Sólo sabe una cosa: que "de eso se muere uno".
Y cree otra: "Mi mamá me ha dicho que hay una vacuna. La vamos a comprar..."
No lo alcanza a comprender.
Sólo hay una vacuna: la información. Y dos defensas: la fidelidad y el uso del condón.

VI

Fúrico insiste Marcos al reportero:
--¿Y entonces, ya te hiciste el examen del sida?
--...No.
--Pues dónde está lo que has aprendido de la vida, el valor para enfrentar cualquier situación, por muy dolorosa que sea. Mucha gente ignorante lo solventa. Yo trabajé en una dependencia de gobierno y veme aquí --en los servidores públicos se da la más alta tasa de contagio por millón de habitante: dos mil 342--. Mi amante, Alberto, es un pintor desconocido y también es VIH --en los trabajadores del arte y espectáculos por cada millón de habitantes hay dos mil 305 casos--. Y tú, profesionista --dos mil 61 por millón de habitantes--. ¿Pues dónde tienes los güevos?, ¿eh?... Confesarlo no es fácil. A muchos nos falta valor...

Marcos se contagió en el Reclusorio Norte.
Fue en 1992: con un homosexual, su pareja, libre ya.
Marcos es bixesual. Tiene 15 años de condena por un robo que asegura, sin pena alguna: "sí cometí".
Fue en 1992...
Un custodio llega con un papel en la mano. Pregunta:
--¿Tú eres Alberto..? ¿Y tú, Marcos..?.. Pues ya se chingaron: tienen sida, por andar de jotos...
Marcos:
--En ese momento quise matar al custodio. Te lo dicen como si hubieras reprobado un examen en la escuela y te van a poner orejas de burro. Y no es así. Decirte que tienes el VIH es una bomba tamaño Acme, que, mínimo, creo, la debes de aguantar con una sicóloga a tu lado.
Marcos tiene dos pequeñas manchas color café en su faz: una en su recta nariz y otra debajo del abultado bigotillo: es el sarcoma de kaposi, síntoma de la enfermedad y que a muchos los convierte en verdaderos leopardos. Trae puesto un short azul rey mientras el sol sigue alumbrando la copa de los árboles. Su dorso está descubierto y muestra en el antebrazo un tatuaje compuesto por varias figuras, de las que sobresale el nombre de Naty.
--¿Naty?, ¿alguna novia?
--Mi esposa.
--Y ella ¿qué dice a todo esto?
Fue en 1992... Y fue una catástrofe:
A Naty y a sus dos hijos les ha llegado el rumor: Marcos tiene sida...
--Sí, hija, es cierto...
Se acerca uno de los hijos de Marcos, el mayor, de 13 años. Y le dice:
--¿Papá, y si yo fuera homosexual, me aceptarías?
Marcos:
--Qué les podía responder en ese momento. Nada. Sólo les besé la mejilla y me fui llorando a mi celda porque al otro día me trasladaban a Santa Martha. Y Alberto saldría libre. Ahí perdí a mi familia. Los he visto dos o tres veces. Alberto es el que viene a verme todos los días de visita.
--¿Quince años, Marcos? ¿Miedo a morir aquí?
--El estar programado a un ciclo de vida no es agradable, pero ni modo. Debes aprender a sortear todo. Yo me calculo unos cinco años de vida. Y si aún no me muero cuando esté libre, me voy a tatuar en el pecho las letras VIH, para que sepan que lo tengo. Así les deberían de hacer a todos los portadores, tatuarlos, para que no anden regando esa madre.
--¿Qué dirías al lector, Marcos?
--Que se olviden del sexo. Hay mucha gente que lo tiene y no lo sabe. Hay gente que no tiene consideración del prójimo y de ojetes lo contagia. ¡Ah! y váyan a hacerse el examen...

VII

El Brasil: no es una persona, tampoco un ser humano. Sólo es un individuo en espíritu, absorbido por ese terrible monstruo del VIH, que en diferentes categorías le desaparece los músculos, el cerebro y el alma.
El Brasil: el omóplato, clavículas y hombros enjuntos: el tórax se le ha comprimido. Nadie sabe cómo vino, qué hizo, cuántos años le echaron... Sólo saben dos cosas: es de Río de Janeiro y antes era todo un líder para ellos, pero se lo llevaron al Reclusorio Sur y lo trajeron así, ido.
El Brasil: amenzó a un custodio. Le exigía al antiguo director, Gómez Huerta, que vinieran los de Conasida y Derechos Humanos. Nunca sucedió.
El Brasil: camina con mucha dificultad; sus dedos cabezudos, como palos para tocar el tambor, la espalda encorvada, la cintura muy reducida... Ya no puede ni hablar.

VIII

Gonzalo:
El más pícaro de los seropositivos de Santa Martha. Tiene un mirada záfira, bigotillo abultado, brazos fuertes y tostados: habla y habla sin parar. Su platica se resume así:
Que el sida te mata sicológicamente, que ya no es el mismo cabrón movido de antes, que extraña sus cotorreos en las colonias Roma y Condesa, que cambia las diazepán que le dan en el hospital por cigarros de mariguana, que está loco, que todos estamos locos, que si ya está enfermo y sabe que se va a morir pues para qué deja el vicio, que ha tratado de suicidarse tres veces, que ha hablado con Dios y que su mensaje para la gente es: "Si están contagiados, párenle, no anden regando eso, no sean tan mierdas".

IX

1994:
Alán: homicida, 25 años de condena.
El doctor del hospital de Santa Martha, Benjamín García Natareth, ha salido de vacaciones.
Alán necesita medicinas. La depresión lo ha llevado a la locura. Pero García Natareth dejó claras las instrucciones: nada de Retrovir, puros diazepán.
En la madrugada del 19 de octubre Alán sale gritando de su cuarto. Sus ganglios de están inflados.
Y explotan.
Y muere.
Pregunta a un médico del hospital de Santa Martha:
--¿Y por qué no se les da el medicamento adecuado?
--Sí se los damos...
--Ya han muerto muchos.
--No, nomás como unos cuatro...

X

El trayecto, ahora, hacia el dormitorio número 49, el de Gilberto Castillo.
El dormitorio o cuartel, como le dicen los presos: cueva apestosa en las que la higiene ni la ventilación existen. El olor acre a suciedad es tremendo. Se ve oscura por la pintura que tiene, es tétrica. Hay cuadros de la virgen de Guadalupe colgando de las paredes, comida por doquier. Y una gota de agua cae al lavabo con un monótono sonido.
El sitio es inhóspito: al entrar se siente frío, dan ganas de arroparse. El piso es de cemento con una coladera grande en el centro; está muy resbaloso y baboso.
Gilberto sale a la defensiva:
--No tengo humor de nada ni de arreglar la pieza, al fin tengo mucho tiempo para hacerlo en el futuro. No creo que me saquen ni hoy ni mañana, así que ¿para qué me apuro?
Gilberto no tiene mucho tiempo aquí --un año dos meses--, pero ya se acostumbrará: lo sentenciaron a 17 años. Su delito: violación.
Su cara, atacada ya por el terrible sarcoma de kaposi. Habla lo necesario. Quizá se acostumbró a actuar así: trabajó 15 años como empleado de confianza en la Central Camionera del Norte.
Tlaxcalteco y algún tiempo fue campesino. Su pareja, con la que vivía en unión libre, también está contagiada. A ella la conoció en su pueblo --hasta 1990 se habían registrado 224 casos en las comunidades rurales en todo el país--. Y no sabe qué ha sido de esa mujer. Vive con el VIH desde hace un par de años.
--Mucho tiempo estará aquí, Gilberto, ¿anhelos de salir?
--Da lo mismo. Dios ya dispuso. Y creo me voy a morir aquí. En la vida todo se paga. Y yo lo estoy pagando. Desgracié a esa jovencita. Creo que la contagié. Y aquí estoy esperando a que me llegue mi hora...
Gilberto guarda silencio. La salida será casi obligada.

XI

El, Ramón; él, el trailero; él, el drogadicto desde los 13 años, se contagió con una aguja en alguna parte de la carretera.
--Y siempre había agujas con los compas.
Cuando Ramón cae a la cárcel por fraude a una empresa camionera, en el 91, le detectan el virus.
Ramón:
--Y vinieron las desgracias. En toda la colonia --la Pencil-- ya tachaban a mi esposa de sidosa. Y no. Ella no está contagiada. Es un milagro... Y mis hijas, chiquititas, ya ni en el kínder las querían recibir.
--El rechazo, siempre el rechazo social, ¿no, Ramón?
--Sí. En este pinche país no podemos decir que tenemos esto o lo otro porque ya te están juzgando. Es gente que te mata sicológicamente. ¡Pues qué la pinche gente no piensa!
Ramón es coordinador de la limpieza en el módulo 8. Lleva cuatro años de los seis a que lo condenaron. Tienen un problema en el fémur derecho: "Tuve principios de poliomelitis y me dieron cuatro balazos". Su mayor anhelo: salir ya.
--¿Le dirías algo a la gente, a los que los discriminan?
--Sí: no somos distintos, somos iguales, sólo que con un virus dentro de nuestro organismo.

XII

El soldado Rafael, placa número 504, tiene una última misión en el ejército: operativo antinarcótico en la sierra de Sinaloa.
Pero a los dos meses de estar en las montañas, 18 soldados, entre ellos el 504, encuentran una planta de fabricación de goma de opio.
Uno de ellos sugiere: "Yo creo conveniente que nos piquemos, si no, no la vamos a ver llegar..."
Sale...
Al bajar, el servicio médico del ejército les hace a todos ellos la prueba de Elisa (del inglés ensyme likend inmunosorbent assay, ensayo enzimático inmunoabsorbente; prueba del laboratorio que se aplica para detectar el VIH).
Todos saldrán contagiados.
Rafael:
--Y ya no pude entrar a la Defensa Nacional, dijeron que era por mi enfermedad. Ahora sólo gozo de los beneficios que me brindaron en la Sedena: atención médica cuando quiera. Pero aquí encerrado, por daños a la salud, con 9 años de condena, 4 cumplidos, ¿los tengo?

XIII

--¿Está aquí Sebastián...?
--Sí, aquí estoy --gritó el interesado--. ¿Dé que se trata?
--Te vas libre--, dijo el custodio.
Bajó Sebastián a la carrera.
--No tengo nada--, dijo.
--Bueno, pues vámonos.
Le dejaron al director del penal una tarjeta para que lo diera de baja y Sebastián se fue de prisa.
--Fíjate --dijo el entonces director del penal, Chirino Castillo a Gonzalo--, qué bueno que se va este sujeto, ya me tenía hasta la madre. Igual que tú, siempre alegando por la comida. Por lo menos ya no se va a morir aquí. Ahora que vaya a infectar con su sida a media humanidad en la calle.
--Yo creo --señaló Gonzalo-- que lo deberían de mandar a un hospital a tratarse el VIH, en bien de él, de su familia, del prójimo, si no, como es gay, vaya a hacer una contaminación por donde ande.
--Mira --replicó el director-- que se vaya de una vez y todos contentos.


1995

0 Comments:

Post a Comment

<< Home