Tuesday, May 30, 2006

Baños Públicos/Clavel



Crónica de Baños Püblicos Masculinos

Ana Clavel

Para Héctor de Mauleón

Al parecer, el primer baño público masculino en la ciudad de México fue un mingitorio involuntario: una fuente situada en la calle que desde entonces se conoció como de la “Pila Seca” porque, según refiere Luis González Obregón, nunca dio agua. Fue construida por el virrey Marquina, hombre de poco talento cuya partida festejaron así sus enemigos:

Para perpetua memoria
nos dejó el Señor Marquina
una pila en que se orina;
y aquí se acaba su historia.

Pero la historia de los baños públicos masculinos aún no se ha escrito a pesar de que, en 1917, el artista francés Marcel Duchamp elevó un urinario de porcelana a la categoría de arte. Ese gesto —lúdico y transgresor— puede servirnos de punto de partida para emprender una incursión sui generis y sacar a luz rincones desconocidos de la ciudad de México —o sólo visibles para la mitad de sus habitantes.
Desde tarjas comunitarias cual bebederos de caballo, hasta receptáculos individuales que emergen como capullos porcelanizados de magnolias o alcatraces, la ciudad de México registra baños públicos masculinos verdaderamente peculiares.
En pleno corazón del centro se encuentra El Gallo de Oro (Venustiano Carranza y Bolívar), cantina fundada en 1874, cuyas remodelaciones han sabido conservar una sección de baños que son una espléndida fantasía orientalista: azulejos mudéjares de la época de don Porfirio sirven de marco a urinarios sin pedestal, semejantes a nichos que se extienden hasta el suelo. En ésta, como también en La Puerta del Sol (5 de Mayo y Palma) y muchos otros salones y restaurantes que no poseen modernos sistemas de desagüe con vigilantes lectores ópticos, se acostumbra depositar en el interior de los mingitorios trozos o cubos de hielo para evitar el desperdicio de agua. Los parroquianos suelen entretenerse jugando al tiro al blanco especialmente cuando hay rodajas de limón o bolitas de naftalina a modo de desodorante, o esculpiendo figuras en el hielo. (Pero si se trata de recuperar el tiempo perdido, un restaurante como el Seps de Tamaulipas, en Condesa, ofrece la primera plana de los periódicos de mayor circulación en mamparas colocadas frente a los usuarios de sus urinarios sesenteros estilo 2001: Odisea del espacio.)
Ya en el catálogo de 1888 de la firma de fontanería Mott de Nueva York era evidente la preocupación por dar privacía a cada urinario a través de divisiones y compartimentos. Esta vertiente de mingitorios “privados” se consigue en muchos sitios mediante la colocación de angostos canceles que permiten a cada usuario concentrarse en su tarea (baños del Auditorio Nacional), o distraerse admirando el diseño ultramoderno, circular, en acero inoxidable de un espacio abigarrado como el del restaurante Melee de Pabellón Polanco.
A diferencia de los receptáculos porcelanizados individuales, las tarjas metálicas o piletas de cemento comunitarias establecen una curiosa dinámica de socialización: todo mundo sabe lo que se trae entre manos pero nadie osa meterse en los asuntos del otro. Un caso extremo es la pulquería 60 Colorado (2ª de Roldán y Manzanares), visitada por estibadores, albañiles y trabajadores del barrio de la Alhóndiga, cuyo mingitorio se encuentra a un lado de la entrada principal, a la vista de todos los presentes, justo debajo de un mensaje escrito en la pared que reza sin tapujos: “$1.00 la miada para coperación de las flores de la Virgen. Gracias”.
Otra variante inusitada es la que se presenta en salones de larga existencia como el bar Mancera (Venustiano Carranza 49) y la Guadalupana de Coyoacán, en los que al pie de la barra todavía se extiende una canaleta que desaguaba fuera del establecimiento y cuya función original muy pocos conocen: un mingitorio comunitario de modo que, después de un par de tragos, los parroquianos se bajaban la bragueta sólo preocupándose de no salpicar. Por supuesto, eran tiempos de otro tipo de controles de sanidad y sobre todo, tiempos en los que las mujeres tenían prohibida la entrada a las cantinas.
Tal vez muchos hombres lo ignoran, pero el acto de orinar de pie no es común en todos los rincones del orbe. Ni los japoneses ni los musulmanes conocían el inodoro y mucho menos el mingitorio —al menos hasta su occidentalización— pues adoptaban una posición en cuclillas. Y cuando uno descubre un urinario como el del Museo del Chopo, con un grafitti que grita desde la pared de mosaicos “Todos somos chingones”, cabe la reflexión de si, más allá de razones prácticas y por comodidad, el uso de urinarios en Occidente no tendrá que ver con una virilidad masculina que se envanece de sí misma y se jacta de su poderío —aunque no falte en la misma leyenda el desliz jocoso de una mano marginal que corrige el “todos” por un “todas” de ambigua filiación.
De todos los lugares visitados, los baños del Teatro del Palacio de Bellas Artes son dignos de especial mención. Entre elegantes muros de mármol negro brotan blanquísimos los mingitorios cual capullos de flores, a los que llegué por la frase con que me los describió un amigo: “Estar frente a ellos es como tener la tentación de cometer un deleitable ilícito...” Y sí, en su calidad de fuentes o matrices receptoras, estos urinarios de los años veinte son sensuales artefactos de una porcelana acariciante e hipnótica. Así pues, en la ciudad de México florecen y se conservan especímenes de baños públicos masculinos que van desde lo meramente utilitario hasta formas pintorescas y otros más que no se cansan de despertar la imaginación.

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